La empatía es una de esas palabras que suenan tan bonitas como los coros de los ángeles. Esa habilidad casi mágica de ponerse en los zapatos de otro, entender su dolor, y darle un abrazo metafórico, porque bueno, no siempre tenemos tiempo para un abrazo real. Pero, ¿qué pasa cuando, de tanto practicar la empatía, terminas siendo el paño de lágrimas de medio mundo? Porque, a veces, de puro bueno, te conviertes en el tonto del pueblo. Y no me malinterpretes, ser empático está bien, pero serlo al extremo… bueno, eso ya es otro cantar.
Así que hoy vengo a hablarte, amigo lector, de ese bonito y peligroso equilibrio entre ser una persona que siente con el alma y una que termina pisoteada, literalmente, porque su bondad parece no tener fin. Aquí te cuento las maravillas de la empatía, pero también te lanzo unas cuantas verdades incómodas. ¡Porque sí, de puro bueno, soy tonto!
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