Pensamiento 13: De puro bueno, soy tonto

Pensamiento 16: La importancia de los límites emocionales

La empatía es una de esas palabras que suenan tan bonitas como los coros de los ángeles. Esa habilidad casi mágica de ponerse en los zapatos de otro, entender su dolor, y darle un abrazo metafórico, porque bueno, no siempre tenemos tiempo para un abrazo real. Pero, ¿qué pasa cuando, de tanto practicar la empatía, terminas siendo el paño de lágrimas de medio mundo? Porque, a veces, de puro bueno, te conviertes en el tonto del pueblo. Y no me malinterpretes, ser empático está bien, pero serlo al extremo… bueno, eso ya es otro cantar.

Así que hoy vengo a hablarte, amigo lector, de ese bonito y peligroso equilibrio entre ser una persona que siente con el alma y una que termina pisoteada, literalmente, porque su bondad parece no tener fin. Aquí te cuento las maravillas de la empatía, pero también te lanzo unas cuantas verdades incómodas. ¡Porque sí, de puro bueno, soy tonto!

La empatía es, sin duda, una de las capacidades más poderosas que podemos desarrollar como seres humanos. Nos permite conectar con los demás a un nivel profundo, ver el mundo a través de sus ojos y sentir su dolor o alegría como si fueran nuestros. Y, claro, en un mundo donde parece que todo va a la velocidad de la luz, ser esa persona que se detiene a escuchar de verdad es casi como ser un superhéroe en un mundo de prisa. ¿Quién no quiere ser ese tipo de persona, verdad?

Pero, aquí está el truco. Al ser empático, no solo estás ayudando a los demás, también te estás ayudando a ti mismo. Conectas mejor con quienes te rodean, creas relaciones más profundas y auténticas, y eres esa persona a la que acuden cuando necesitan una palabra amable. Te sientes necesario, importante. Y eso, en el fondo, alimenta el ego de una manera muy sutil. Porque, seamos honestos, a todos nos gusta ser esa persona especial que siempre está ahí para los demás.

Sin embargo, ese poder también tiene un lado oscuro. La empatía, cuando no tiene límites, puede desgastarte. Empiezas a sentir el peso de los problemas ajenos como si fueran los tuyos. Y no, no hablo solo de preocuparte un poquito. Hablo de cargar con el dolor de los demás hasta el punto en que te quedas sin espacio para tus propios sentimientos. Ahí es cuando, de puro bueno, empiezas a parecer tonto.

Las ventajas de ser empático son, sin duda, muchas. Para empezar, te conviertes en el confidente de todos. La gente confía en ti, te busca para contar sus problemas porque saben que no solo vas a escuchar, sino que vas a comprender. Y eso es un don que no todos tienen. En un mundo donde cada vez se habla menos y se siente menos, ser esa persona que se toma el tiempo de empatizar es algo que muchos valoran.

Además, ser empático te permite mejorar tus habilidades sociales. Sabes cuándo una persona está triste, cuándo necesita espacio o cuándo necesita que le hables. Y eso, en un entorno laboral o personal, es oro. Te vuelves alguien más accesible, más cercano, y eso fortalece las relaciones a largo plazo. De repente, tienes amigos por todas partes y compañeros de trabajo que te respetan por tu capacidad de entender a los demás.

Y lo mejor de todo, es que la empatía te ayuda a conocerte a ti mismo. Al entender las emociones ajenas, inevitablemente empiezas a reflexionar sobre las tuyas propias. Te vuelves más consciente de tus propias reacciones y sentimientos. Así que, sí, ser empático puede llevarte a un crecimiento personal profundo. Pero ojo, que no todo es tan bonito como parece.

Por supuesto, como todo en la vida, la empatía también tiene sus desventajas. La principal, y la más peligrosa, es que si no sabes poner límites, acabas absorbiendo las emociones de todo el mundo. Y eso, amigo mío, es agotador. Llega un punto en el que ya no sabes si estás triste porque tienes tus propios problemas o porque te has contagiado del drama de alguien más. Y, a la larga, eso pasa factura.

Otra desventaja es que, al ser tan comprensivo, puedes convertirte en una especie de imán para personas que solo buscan aprovecharse. Siempre hay alguien que, consciente o inconscientemente, se aprovecha de la bondad ajena. Si siempre estás ahí para los demás, es posible que un día te des cuenta de que cuando tú necesitas ayuda, no hay nadie a tu lado. Porque, claro, la gente se acostumbra a que seas tú el que da, pero no siempre están dispuestos a devolverte el favor.

Finalmente, está el riesgo de descuidarte a ti mismo. Estar tan centrado en los demás puede hacer que olvides tus propias necesidades. Puedes llegar al punto en que ni siquiera te das cuenta de que necesitas un descanso, hasta que tu cuerpo o tu mente te lo exigen a gritos. Y ahí, de nuevo, de puro bueno, te vuelves tonto.

Y llegamos a la gran reflexión final: sí, de puro bueno, soy tonto. Porque en algún punto, entre tanto querer ayudar, se te olvida que tú también importas. Y no me malinterpretes, no digo que ser empático esté mal. Pero, amigo, hay que saber poner límites. No puedes ser el salvador de todos, no puedes solucionar la vida de los demás, por mucho que lo intentes. Y cuando lo intentas, ahí es cuando te das cuenta de que, de puro bueno, has sido tonto.

Dichoso dicho español que escuchamos de pequeños: «de puro bueno, eres tonto». Porque cuando das y das, sin pensar en ti, cuando escuchas sin que nadie te escuche, cuando estás ahí para todo el mundo y nadie está para ti, te das cuenta de que te has quedado solo. Y no porque la gente sea mala, sino porque has permitido que sea así. De ahí la importancia de saber cuándo parar, de poner barreras, de decir «no» de vez en cuando.

Así que, si alguna vez te has sentido así, bienvenido al club. Ser empático no te hace tonto, pero serlo sin límites, quizás sí. Aprende a valorar tu tiempo, tu energía y tu salud mental. Porque al final del día, la única persona que siempre va a estar ahí para ti, eres tú.

La empatía es maravillosa, no me malentiendas. Nos hace humanos, nos conecta, nos permite entender el mundo de una forma más profunda. Pero también tiene sus riesgos. Ser empático sin control puede llevarte a convertirte en esa persona que siempre da, pero que nunca recibe. Así que, querido lector, te invito a reflexionar. Está bien ser bueno, pero no caigas en la trampa de ser tan bueno que te olvides de ti mismo.

Pon límites, di que no cuando lo necesites, y sobre todo, recuerda que tu bienestar también es importante. Porque al final, ser empático no significa ser el tonto del pueblo.

Espero que, si un día te cruzas con este post, te sirva para pensar que haces con tu vida, que deseas, que necesitas y, por supuesto, te deseo que seas un pensador de libre pensamiento. Gracias por venir a la locura de mis pensamientos.

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Estas son las reflexiones de un vasco que a lo largo de su vida se han ido almacenando en su cabeza.

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