Pensamiento 15: Nos embellecemos, ¿para quien?

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Entramos en Octubre con el Pensamiento 15: Nos embellecemos, ¿para quien? Hay días en los que te miras al espejo y no reconoces a la persona que ves. Te preguntas si el reflejo que observas es realmente tuyo o si, en algún punto, empezaste a cambiarlo para los ojos de otros.

Embellecernos, nos decimos, es un acto de amor propio, un ritual para sentirnos bien con nosotros mismos. Pero, con la mano en el corazón, ¿es eso cierto? En la era de las redes sociales, donde cada gesto parece estar bajo un filtro o un «me gusta», la pregunta cobra un peso diferente. ¿Realmente nos embellecemos para nosotros o para la validación de extraños?

La belleza, esa idea tan antigua como el tiempo, ha sido definida de muchas maneras. Para algunos, es la simetría de un rostro o la perfección de una figura; para otros, es algo mucho más profundo, una luz interna que refleja quién eres más allá de la piel. Yo solía creer que la belleza era algo personal, una sensación de bienestar con uno mismo, pero, ¿hasta qué punto esa sensación está moldeada por los ideales que nos imponen desde fuera?

Con el paso del tiempo, he comprendido que la belleza no es estática ni universal. Es cultural, cambiante, y a menudo manipulada por tendencias y estereotipos. Desde el auge de internet, estos estándares de belleza se han globalizado, envolviéndonos en un ciclo interminable de comparaciones y aspiraciones imposibles. Nos dicen que embellecernos es un acto de autonomía, pero ¿qué tan libre es esa elección cuando estamos bombardeados por imágenes que dictan cómo debemos ser?

No quiero negar que embellecernos puede hacernos sentir bien. Pero lo que me pregunto es si ese «bienestar» proviene de un lugar genuino, de una aceptación propia, o si es el resultado de haber logrado una aprobación externa, una validación que, a menudo, ni siquiera proviene de personas cercanas a nosotros.

Es inevitable sentir que nuestras acciones están ligadas a cómo nos ven los demás. La naturaleza humana nos ha hecho seres sociales, y dentro de ese vínculo social, buscamos aceptación y aprobación. Pero la pregunta es, ¿qué tan necesario es este anhelo de validación externa? Yo, como tú, he buscado esa mirada de aprobación, ese «me gusta» o comentario que reafirme lo que siento por dentro. Sin embargo, cuando toda nuestra validación depende de lo externo, nos adentramos en terreno peligroso.

Las redes sociales han amplificado este fenómeno. Con cada selfie, cada foto compartida, te expones al juicio de personas que no conocen tu historia, tu lucha, o incluso tus logros más íntimos. Y aunque quizás no lo reconozcamos a primera vista, nos convertimos en esclavos de esas opiniones. ¿Te has detenido a pensar en cuántas veces has retocado una foto, buscando el ángulo perfecto, no para ti, sino para los demás?

La validación externa no es intrínsecamente mala. De hecho, es natural querer que lo que somos y hacemos sea reconocido. Pero cuando esa validación se convierte en el centro de nuestra autoestima, corremos el riesgo de perder nuestra identidad. Te embelleces, te modificas, pero ¿para quién lo haces? Para sentirte bien contigo mismo o para recibir esa palmadita en la espalda que, al final del día, se desvanece tan rápido como un «me gusta».

Vivimos en una sociedad donde ser percibido como bello puede abrir muchas puertas. No es un secreto que la belleza tiene su propia moneda. Cuando te ven bello, recibes atención, oportunidades y a veces incluso respeto que, de otra manera, podría costarte mucho más obtener. Este es el beneficio inmediato y tangible: la belleza, para bien o para mal, te posiciona en un lugar de privilegio.

Pero no todo es superficial. La belleza, cuando es reconocida, también puede tener efectos en tu bienestar emocional. El halago que te dedican, la mirada de admiración, te hace sentir especial, diferente. Incluso podrías sentirte más seguro, más fuerte para enfrentar los retos del día a día. En este sentido, la validación de los demás puede actuar como un refuerzo emocional, dándote ese empujón que a veces necesitamos.

Sin embargo, lo que me pregunto es si realmente nos beneficia a largo plazo. ¿O acaso nos volvemos dependientes de esa mirada externa, de esa aprobación que nunca es suficiente? La belleza como beneficio puede ser un arma de doble filo, una trampa sutil que, si no somos conscientes, nos arrastra hacia una búsqueda interminable de algo que siempre se nos escapa.

Aunque nos sintamos bien al ser admirados, esa sensación de euforia puede ser efímera. A largo plazo, la validación de extraños nos deja vacíos. La constante búsqueda de aprobación nos desgasta, haciéndonos olvidar quiénes somos realmente. Cada vez que subes una imagen esperando ese reconocimiento, te preguntas, ¿seré suficiente? Pero el problema no es si eres suficiente, sino el hecho de que sientas que necesitas demostrarlo.

Vivir para ser visto bello nos aparta de nosotros mismos. Nos perdemos en la construcción de una imagen que no siempre refleja lo que somos, sino lo que creemos que otros esperan. Nos convertimos en un reflejo de las expectativas ajenas, atrapados en un ciclo de búsqueda interminable. Y lo peor es que la validación externa es volátil: cambia, desaparece, se olvida. ¿Qué sucede cuando esas miradas ya no están? ¿Quién eres entonces?

Y es ahí donde el mayor daño se manifiesta. La dependencia de la aprobación externa puede conducirnos a una sensación de vacío, de falta de autenticidad. Lo que deberíamos cuidar es la relación con nosotros mismos, y sin embargo, dedicamos tiempo y energía a alimentar una imagen que solo vive en la percepción de otros.

Entonces, ¿qué nos queda? Quizás lo más sano, lo más real, sea mirarnos con nuestros propios ojos. Encontrar esa belleza que no necesita ser compartida ni validada por nadie más que por nosotros mismos. Es fácil decirlo, lo sé. Pero es un camino que, aunque difícil, nos devuelve la libertad. La libertad de ser quienes somos sin el peso de las expectativas ajenas.

Lo más sano para ti, para mí, es aprender a disfrutar de nuestro reflejo sin buscar que otros lo refrenden. Volver a lo básico: embellecernos, sí, pero desde un lugar de amor propio genuino, no condicionado. Esa es la belleza más pura, la que no necesita ni filtros ni «me gusta» para brillar.

Deberíamos recordarnos que, al final del día, quienes más importan somos nosotros mismos. Que tu valor no depende de cómo te ven, sino de cómo te sientes contigo. Eso, amigo mío, es lo más hermoso de todo.

En el fondo, todos estamos buscando ser vistos, ser amados. Pero en esa búsqueda, es fácil perderse en la validación de quienes ni siquiera conocen nuestro nombre. Si hay algo que me gustaría que te lleves de esta reflexión, es que la belleza, la verdadera, no necesita audiencias. Es suficiente con que tú la reconozcas.

Embellecerte para ti es un acto de resistencia en un mundo que te dice que no eres suficiente. Es un acto de amor, pero de ese amor que no se desvanece con el tiempo, porque viene desde lo más profundo de ti.

Espero que, si un día te cruzas con este post, te sirva para pensar que haces con tu vida, que deseas, que necesitas y, por supuesto, te deseo que seas un pensador de libre pensamiento. Gracias por venir a la locura de mis pensamientos.

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Estas son las reflexiones de un vasco que a lo largo de su vida se han ido almacenando en su cabeza.

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